¿Pero dónde está el Estado?

Germán Burgos

18 de julio del 2016

Ph.D. Ex Investigador ILSA. Profesor universitario.

En el lenguaje común, las referencias reiteradas al Estado lo toman como un ente homogéneo, poderoso y competente para asumir un variado tipo de roles y responsabilidades. Es así como es común escuchar referencias según las cuales este asunto es deber del Estado; este debe responder por tal o cual aspecto; la sociedad tiene que exigirle al Estado por lo que hizo o dejó de hacer, etc. Esta dimensión casi natural de la vida diaria en las referencia al Estado es aún mayor en el mundo del Derecho donde se habla con mayor tecnicismo de responsabilidad nacional o internacional del Estado, deberes del Estado para con la ciudadanía, servidores del Estado, intervención del Estado en la economía, etc.  Para completar, y ya desde otras disciplinas se ha dicho que en Colombia el Estado es oligárquico, débil, cooptado, capturado en construcción.

Pero, ¿qué une a las anteriores afirmaciones? En efecto, lo común sería la idea según la cual el Estado está en alguna parte, es una organización que actúa en bloque y, por tanto, tiene una voluntad única, debe asumir, aunque no siempre lo logre, una importante cantidad de tareas que están jurídicamente establecidas o fundadas en el imaginario de las personas respecto de lo público y, finalmente, tiene la capacidad de gestionar todo aquello que la sociedad considera pertinente. Lo más paradójico de este entendimiento es que a pesar de que el Estado no siempre actúa de manera unificada, no es eficaz frente a las tareas encomendadas, seguimos insistentemente exigiéndole, demandándole, responsabilizándolo, etc.

Los planteamientos según los cuales el Estado es un ente unívoco, soberano y competente confunden su dimensión inmaterial con su verdadera realidad. Es decir, proyectan su dimensión imaginaria como si fuera real. En efecto, no es posible ver, hablar, tocar e interactuar con el Estado, pero aun así exigimos, cuestionamos y demandamos a un ente que no tiene una materialidad física como tal. Una explicación de lo anterior la han dado autores como Schmidt, Kantorovicz y García Linera, quienes han coincido en sostener que el Estado es ante todo una creencia colectiva más o menos compartida. En otros términos, cuando decimos que el Estado debe o tiene, está o no cooptado, se construye o no, estamos hablando de una creencia antes que de una realidad empíricamente contrastable. Aún más, los Estados se fundarían en un acto de fe irracional de forma tal, a pesar de no poder verlo ni interactuar con él y a pesar de que ese ente en el que decimos confiar no cumple siempre adecuadamente sus tareas, seguimos creyendo en su existencia y le exigimos de forma permanente y creciente.

No es gratuito que se haya planteado que el Estado es parcialmente el remplazo secularizado de la idea de Dios. Creemos irracionalmente en un Estado y un Dios poderoso, aunque no los podamos ver.

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