30 Abr Complicando al sujeto de derecho, de la neurociencia y otros demonios
14 de junio del 2018
Ph.D. Ex Investigador ILSA. Profesor universitario.
El derecho moderno no es posible entenderlo al margen de la ficción jurídica del sujeto de derecho, es decir, de la referencia a una persona abstracta, generalmente concebida individualmente y ligada a ciertos derechos y deberes. Para poder hablar de estos últimos precisamos de un sujeto que los detente y que podemos llamar de diversas formas, tales como ciudadanos o personas jurídicas.
A dicho sujeto se le ha dotado de cierta racionalidad ligada a la idea de voluntad libre, responsabilidad por sus actos y capacidad de guiarse por normas, entre otros arreglos institucionales que nos permiten entender desde el derecho contractual (libre voluntad) hasta el derecho administrativo (ser humano sujeto a normas previas).
Simultáneamente, cierta filosofía política clásica consideró que los seres humanos estaban guiados por una racionalidad egoísta, oportunista, cortoplacista, etc., que se consideraba natural y que de cierta forma termina siendo retada por una normativa jurídica fundada en algunos límites a los desafueros de individuos pesimistamente catalogados. En otros términos, el derecho moderno se funda en la idea de individuos libres e iguales con derechos y deberes que son un límite a lo que algunos denominan tendencias naturales al egoísmo, al abuso y al oportunismo.
Actualmente hay dos tendencias que ponen en jaque, de alguna manera, el principio nuclear antes indicado. De un lado estudios provenientes de la sicología del marketing, la neurociencia y la etología. De otro lado, la extensión de la idea del sujeto de derecho a realidades no humanas. Trataremos aquí la primera de ellas.
Diversos estudios desde la sicología del consumo han identificado que buena parte de los seres humanos reaccionamos de manera casi igual frente a ciertos estímulos externos que nos conducen, por ejemplo, a comprar más guiados por olores, búsqueda de estatus, ubicación de ciertos bienes, tipo y orientación de las luces, etc. Es decir, como ya lo han reconocido en la economía, en el ámbito de las relaciones de mercado donde debería primar una racionalidad individual calculadora lo que juega es la acción bajo impulsos debidamente generados y canalizados a través de distintas estrategias de marketing.
Por otra parte, los estudios sobre el cerebro nos dicen que este decide por nosotros en varios casos al margen de nuestra voluntad pensada y racional y más como producto de cargas genéticas heredadas y de procesos de ahorro de energía de este mismo órgano. Sería por ello que podemos inconscientemente dar sentido a ciertos párrafos con palabras incompletas; establecer esquemas simples para relacionarnos con nuestro entorno; asumir comportamientos gregarios automáticos como parte de un colectivo, etc. Ciertos experimentos han sugerido que suministrar dopamina a los homo sapiens los hace más cooperativos y altruistas como producto de un nuevo balance químico en el cerebro. En últimas, al parecer el cerebro decide por nosotros y nosotros no decidimos con nuestro cerebro.
En el fondo lo que este tipo de estudios está haciendo es tratar de plantear que el comportamiento humano está más guiado por la química de nuestro cerebro y nuestra carga genética antes que por nuestra voluntad libre. En otros términos, la explicación del comportamiento humano no fundada en la cultura, las reglas, los valores sino en una especie de determinismo biológico del cual somos “esclavos” y que ha sido identificado por distintos actores con el fin de canalizar nuestro comportamiento especialmente en el ámbito de los mercados, tanto económicos como políticos. Si bien el derecho ha admitido situaciones donde se puede excluir la libre volición humana probando la ira o el intenso dolor, la inimputabilidad, la inducción al error o el actuar bajo presión, las mismas siguen atadas al ideal de una voluntad libre, la cual, como vimos antes, está siendo cuestionada desde las “ciencias duras”.
Con todo, una mirada completa sobre el tema nos indicaría que el cerebro humano es moldeable como producto de la cultura, los valores y esto permite revertir o equilibrar ciertas tendencias naturales como las antes descritas. Si aceptamos esto, lo primero para hablar de una voluntad libre en el derecho sería aceptar que esta no existe per se y que, por tanto, se construye de varias formas, incluyendo la educación jurídica no memorística. A pesar de ello, el derecho seguirá asumiendo como fundamento incontrovertible del orden moderno que los “homo sapiens” tomamos decisiones con plena voluntad, pues este es un principio fundante, aunque controvertible desde otras disciplinas.
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